jueves, 4 de agosto de 2016

El pastor de tierra adentro y mártir prohibido: 40 años de la muerte de Enrique Angelelli

*Por Gonzalo García Campo

i.                     La muerte de Angelelli.

Empezaba agosto de 1976. Poco más de cuatro meses habían pasado desde que la junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla había derrocado al gobierno de Isabel Martínez, instaurando una de las dictaduras más feroces de América Latina. Comenzaba el tiempo de las desapariciones forzadas, las prisiones clandestinas, las ejecuciones barbáricas.

En La Rioja, provincia del noroeste argentino, un hombre predicaba el Evangelio de Jesús y, con él, la necesidad de justicia y respeto a los derechos humanos. Un hombre así en un tiempo como ese resultaba, al menos, molesto. Por ello, cuando ese hombre sufrió un fatal accidente automovilístico, el 4 de agosto de 1976, una sospecha inmediata rodeó al hecho: difícilmente podía ser un mero accidente. La sombra de una muerte intencionada rodeó las circunstancias desde un inicio.

El hombre se llamaba Enrique Angelelli, era obispo de La Rioja y 38 años después de su muerte se sabría lo que era sospecha ya asentada: había sido asesinado por encargo de la dictadura militar. Lo que durante décadas se hizo pasar como un accidente casual había sido en realidad una persecución que terminó en el volcamiento de la camioneta que manejaba el obispo.

ii.                   “Mientras la Iglesia echaba sus cerrojos prudentes…”

¿Quién era este hombre a quien la dictadura calló con la muerte? ¿Por qué, en un país en que la Iglesia Católica fue mayoritariamente cómplice de aquélla, un obispo fue asesinado?
La muerte de Angelelli no fue cuestión de un día. Una vida de coherencia y radicalidad, por el contrario, explican su asesinato, ocurrido cuando solo tenía 53 años.

Angelelli había sido nombrado obispo de La Rioja en 1968, a la edad de 45 años. Para entonces ya había estado presente en el Concilio Vaticano II y había, incluso, sido parte del Pacto de las Catacumbas[1], acaso uno de los momentos más significativos para una Iglesia que buscaba, más que un aggiornamiento, un compromiso efectivo con los pobres de la tierra.

Desde sus inicios como obispo de La Rioja dio muestras de un compromiso social sincero y frontal. Apoyó la formación de sindicatos agrícolas y mineros, la actividad de cooperativas y las reivindicaciones por la tenencia de la tierra, actividades que incluso le valieron públicos enfrentamientos con el gobernador de la provincia, Carlos Menem.

Apenas iniciada la dictadura militar, Angelelli comenzó una labor en defensa de los derechos humanos, que le valió tempranas amenazas de los militares. Pocos meses después de que la junta militar tomara el poder, Angelelli ya vislumbraba cuál podía ser su final: ante una invitación que los obispos latinoamericanos le hicieron para un encuentro en Quito, Ecuador, contó a sus cercanos: “tengo miedo, pero no se puede esconder el Evangelio debajo de la cama”.
Sus temores se hicieron realidad el 4 de agosto de 1976. La cúpula de la Iglesia Católica, que desde el inicio de la dictadura había guardado un silencio temeroso[2], no tuvo una palabra clara para condenar los hechos. El entonces cardenal de Córdoba y presidente de la Conferencia Episcopal, Raúl Primatesta, se limitó a señalar que “había  un tiempo para hablar y un tiempo para callar”. 

iii. Cuarenta años después: “pastor de tierra adentro y mártir prohibido”.

Comprender una figura tan excepcional como la de Angelelli es siempre un desafío mayor. Su testimonio está revestido de una coherencia de honda raíz evangélica. Su fe explica y sustenta el grado de su entrega. Pero Angelelli es, al mismo tiempo, parte de una tradición y un contexto que puede iluminar su comprensión.

Fue nombrado obispo, como decíamos, en 1968, tres años después del cierre del Concilio Vaticano II, en el momento en que el episcopado latinoamericano se reunía en Medellín y era capaz de emitir un documento con fuerza tal que se atrevía a hablar de un estado de “violencia institucionalizada” en América Latina, por la injusticia aquí imperante. Era un episcopado en el que destacaban figuras como Hélder Cámara y Manuel Larraín y una Iglesia que pocos años después vería nacer la llamada “teología de la liberación”. Este espíritu eclesial ayuda a comprender la trayectoria de Angelelli y la fuerza con que vivió hasta dar la vida.

Pero Angelelli fue mucho más que un mero producto del contexto en que vivió. Fue un hombre que vivió el seguimiento de Jesús con arriesgada creatividad, que, atento a los signos de los tiempos, quiso leer el paso de la Buena Nueva de Jesús en medio de la realidad sufriente de su pueblo, con el que se comprometió sin temor al conflicto con los poderosos. Su apoyo a las cooperativas, los sindicatos y los movimientos agrarios tuvieron siempre su fuente en la fidelidad al Evangelio. No en vano, acuñó una frase que décadas después el pueblo cristiano sigue repitiendo: “Hay que estar con un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio”.

 * Gonzalo García Campo es Abogado, actualmente trabaja en el Servicio Nacional de la Mujer y es miembro del Comité de Defensa y Promoción de Derechos Humanos de la Legua. 



[1] Se conoce así a un documento suscrito por 39 obispos, la mayoría de ellos latinoamericanos, impulsado fundamentalmente por el obispo brasileño Hélder Cámara. En él los suscritos se comprometían, entre otras cosas, a renunciar “para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza”. El texto íntegro del Pacto puede consultarse en https://es.wikipedia.org/wiki/Pacto_de_las_catacumbas
[2] Excepciones notables existieron, aun en la cúpula. Porque a nivel de laicos y laicas, sacerdotes y religiosas, no hay duda: muchos de ellos mostraron compromiso que los llevó hasta la muerte. Fue entre los obispos que el silencio se hizo norma. Angelelli fue, por ello, una excepción notable, como lo fue también el obispo de Neuquén, Jaime de Nevares. 

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